martes, 2 de abril de 2013

Viaje a la tierra del olvido

Bueno muchos se preguntaran el porqué del nombre, pues bueno siempre que digo que tengo clase de "Reflexiones sobre la música en occidente" la gente me mira  así: O.o  porque no entienden de que se trata, pues bueno debo admitir que yo tampoco lo sabia, pero hasta el momento he entendido que la clase intenta explicar la influencia de la sociedad, de la cultura,  de la política y de las creencias en los géneros musicales y como estos factores los afectan y los hacen surgir de diferentes formas y con características particulares.

Aclarado el nombre, debo decir que el primer ejercicio que hicimos fue emotivo (por lo menos para mi)... intentar recordar desde cuando escucho cierto tipo de música, donde la escuche por primera vez y quien me recomendó ese artista o género es en la mayoría de los casos muy difícil, pues bueno por eso elegí contar la historia, de forma un poco poética, de la llegada de la música colombiana a mi vida. Debo admitir que fue un ejercicio difícil, pues en ese escrito el protagonista es mi abuelo, un hombre reservado, muy callado y prudente, tal vez no tan amoroso como me hubiera gustado que fuera, pero era todo un señor...

sin mas preámbulo les presento mi viaje a la tierra del olvido...



“La cultura es una sopa”, dijo un día el Maestro Edwin Rey en Clase de Músicas Populares; mi hermana como buena estudiante de música se burló hasta que no pudo más y años después ella misma me diría: Ana, “la Cultura es una Sopa”, que se cocina con el fuego del tiempo y cuyos ingredientes son las tradiciones. A todos nos toca un poquito de esa sopa, muchos le quitamos algo de esto y le ponemos algo de aquello, pero la sustancia, ese sabor a leña se queda en la sopa de todos. Así, lo que era de mis abuelos pasó a mis papas, de mis papas a mi hermana, de mi hermana a mí y de mi derecho a mi hermano y seguramente a mis hijos; todos tenemos recetas diferentes pero a la larga sabemos a lo mismo.
Sería en mil novecientos cincuenta y pico cuando mi abuelo un Maestro en Música Colombiana, enamoró a mi abuela a punta de bambuquitos, con esos que suenan a guitarra de palo y tiple desafinado, a bandola vieja y a trío de amigos entonados a punta de aguardiente. Años más tarde llegaría mi tío Carlos a alegrar la casa con sus chistes flojos, costumbre que se mantiene viva en él a pesar de los años, mi tía Gladys a la que de esta sopa no le dieron porque no afina ni en La 440 y luego mi mamá, a la que engordaron a punta de cultura porque se sabe todas las de Garzón y Collazos, Jorge Villamil, Carmen y Milva, los Hermanos Torres, los Hermanos Martínez y hasta la Gallina no se que de Jorge Velosa. Mi mamá, que jamás se ha emborrachado pero canta con un sentimiento que cualquier ebrio envidiaría.

Mi abuelo era profesor de la Agrícola de Colombia, enseño a muchísimas generaciones como sembrar tomates en el Chocó, la Guajira, los Santanderes, Boyacá, el Eje Cafetero, Cundinamarca y los Llanos;  él y su familia se conocieron Colombia de “pe” a “pa”, de “re” a “ra” y aun así se autodenominan Boyacenses pero que va, que le pongan Currulao a mi tía y hasta la más alta ejecutiva de Unilever Andina se ¡despeluca!, nosotros nos conocemos Colombia del “pio” al “pao”;  estamos untados de Colombia en todos sus sabores y la sopa nos pesa.
Mi mamá conoció a mi papá, en Málaga Santander, el epicentro de la música tradicional del Oriente Colombiano, digo el epicentro porque Santander y Boyacá ahí se juntan, porque todos se conocen con todos y porque hasta donde yo me acuerdo a mi me tocaron guabinas, bambucos, torbellinos, pasillos y cuanta trova hasta que nos mudamos a Bucaramanga y descubrí que el mundo suena diferente. En Málaga yo aprendí a hablar y mi hermana a cantar, luego yo a cantar y así las dos cantamos mucho tiempo esa que dice “de regreso a mi tierra volví a mis lares”, “hay que sacar al diablo” y “si a Málaga llegas cansado viajero”.
Tal vez la razón de mi gusto por la Música Colombiana este más allá de haber nacido en Colombia, lo que de hecho nos da el mismo origen; Mi gusto por la cocina de leña, viene de ese ser de pueblo,  de ese despertarse a las cinco am con “la cucharita se me perdió” a todo volumen en el radio despertador de mis papás, de ese Colegio que de pequeñita me enseño a bailar “golpes, palmas tralala” y de esa sopa que sigue puesta en el fogón de mi casa y se cocina a fuego lento, esa sopa que sabe a mi tierra, huele a mi familia y se sirve acompañada de papa, yuca y arroz, todos los días en la mesa de mi casa, en “la Tierra del Olvido” que irónicamente no sabe olvidar y por eso cada año sabe mas bueno.

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